El lugar de la presencia de Dios

Viernes – XXXIII semana del tiempo ordinario – Año impar

1M 4, 36-37. 52-59; Salmo: 1Cro 29, 10-12; + Lc 19, 45-48

El Templo para el antiguo Pueblo de Israel era el lugar sagrado por excelencia, el signo de la presencia de Dios en medio de ellos. Las campañas de las guerras de los Macabeos llegan a su culmen con la recuperación del recinto sacro, alguien podría decir que era sociológicamente comprensible su reconstrucción ya que era un monumento signo de la identidad de los israelitas, y aunque la afirmación es plausible, los detalles que nos presenta el relato de todo el capítulo 4 nos evidencia que para ellos es algo más que eso, porque lo primero que hacen es el restablecimiento del culto.

Se apresuran a sacar los elementos impuros, a reconstruir en primer lugar el altar de los sacrificios y buscan los sacerdotes idóneos para poder llevar a cabo el culto. No han terminado aún la recuperación militar del territorio aún y se narra que las labores en el Templo comienzan a desarrollarse y mientras otros miembros del Pueblo combatían. Ya que los sacrificios y toda la liturgia que se desarrollaba al interior del Templo eran el signo de la relación con el Señor.

Esta Dedicación del Templo es la fiesta que en hebreo se dice Hanukkah, es la fiesta de la luz porque en ella se encendían lámparas en las casas de los judíos, es en el marco de esta fiesta que Jesús se declara Hijo de Dios ante los judíos en el evangelio de san Juan (cf. Jn 10, 22-39). Esto es en el fondo la razón de ser de toda la intervención, lo importante no era la reconstrucción de un simple monumento cultural, sino la recuperación de la relación con Dios, a través de la adoración y la alabanza, de las acciones de gracias por las victorias obtenidas.

Para Jesús, el Templo, no significará menos, ¿no recordamos la escena donde es encontrado por sus José y María en este lugar en medio de los maestros atendiendo los asuntos de su Padre (cf. Lc 2, 49)? Se entiende por tanto la santa ira con la que vemos que reacciona, nos muestra el celo que tenía por el lugar sagrado, con toda razón dice que es casa de oración. Ciertamente más adelante los evangelistas nos dirán que Él es el nuevo Templo, pues Él encarna la presencia de Dios entre los hombres.

Después que Jesús asciende a los cielos, la figura del Templo no dejará de ser importante, san Pablo nos dice que nosotros somos el Templo del Espíritu Santo, en modo tal que la presencia de Dios en medio del mundo hoy han de ser los cristianos. Dios habita en nuestros corazones por la gracia que se nos ha dado en el Bautismo. Por tanto, hemos de custodiar nuestro corazón para que nada impuro entre en ellos para que no se haga una cueva de ladrones, es decir hemos de mantenerlo libro de afectos desordenados que nos llevan a pecar, porque ¿qué otra cosa son los resentimientos, la sed de avaricia, el egoísmo, la soberbia, el consentir pensamientos impuros, sino ladrones de la paz del corazón que el hombre tiene cuando está centrado en Cristo?

«Vosotros sois las piedras del templo del Padre, talladas para el edificio que construye Dios Padre, elevados hasta la cumbre por el instrumento de Jesucristo, que es su cruz, sirviéndoos del Espíritu Santo como cable. Vuestra fe os hace subir a lo alto, y la caridad es el camino que os eleva hasta Dios. Todos vosotros sois compañeros de camino, portadores de Dios y de su templo, portadores de Cristo, llevando los objetos sagrados, adornados totalmente con los preceptos de Jesucristo. Me alegro con vosotros…; me regocijo con vosotros que, viviendo una vida nueva, no amáis más que a Dios solo»

San Ignacio de Antioquía, Carta a los efesios, 9

Se cuenta la anécdota de un profesor que un día entró al salón de clases, se puso frente a sus alumnos y les invitó a ponerse de pie, los muchachos hicieron caso de lo que su maestro les decía, luego les dijo que cerraran sus ojos, e hicieran un momento de silencio, pasados pocos segundos les dijo “¿se dan cuenta que estamos ante la presencia de Dios?”. Este es un ejercicio que nos caería bien hacer a lo largo de nuestra jornada, nos ayudaría a recordar que nunca vamos solos por este mundo, que hay un Dios que nos ama y que está pendiente de nosotros, no como policía que controla cada uno de nuestros movimientos para ver que no se viole una ley, sino como un Padre amoroso que se complace en ver a sus hijos jugar, crecer, desarrollar sus habilidades, etc.

También este texto nos puede llevar a considerar nuestras actitudes frente los templos en los que nos reunimos los cristianos hoy en día para la celebración de la Sagrada Liturgia, particularmente de la Santa Misa, ¿cómo nos comportamos cuando entramos en ellos? ¿hacemos de ellos casa de oración? ¿enseñamos a nuestros niños la importancia que tiene para nosotros? ¿recordamos que en ellos esta realmente Jesucristo en el Sagrario? ¿cómo participo de las celebraciones litúrgicas? ¿puedo decir que realmente las interiorizo como un momento en que entro relación profunda con Dios? O podríamos considerar como es mi relación con los pobres, enfermos o marginados de la sociedad, también en ellos he de reconocer el rostro de Cristo sufriente, el mismo lo dijo: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (cf. Mt 25, 40)

Roguemos al Señor nos conceda la gracia de estar atentos a su paso en nuestras vidas, para que podamos vivir siempre en su presencia, siempre de cara a Él.

Nota: La imagen es una pintura del Grecco que presenta a Jesús echando del Templo a los vendedores