Viernes – XXXIV semana – Año impar
Dn 7, 2-14; Salmo: Dn 3, 75-81; † Lc 21, 29-33
Las lecturas de este día están íntimamente ligadas con las de mañana, en las cuales veremos más claramente su explicación, de momentos podemos aprovechar esta primera parte para repasar un poco el aspecto doctrinal.
La visión de Daniel en este pasaje se caracteriza por su lenguaje de tipo apocalíptico que presenta una revelación del porvenir, una visión esquemática y un fuerte simbolismo. Este tipo de lenguaje ciertamente a veces nos resulta chocante, o sorprendente, pero hemos de recordar que la Sagrada Escritura ha sido fruto de la inspiración del Espíritu Santo sobre hombres que vivieron en situaciones históricas concretas, y que ellos se serviran de los medios que tenían a la mano para dar a conocer las verdades que les eran comunicadas.
En este sentido de la visión de hoy podemos comenzar por ver la estructura que tiene: aparición de las bestias, que se presentan en un cierto orden, y el juicio de éstas que presenta dos pesonajes importantes, el anciano y el hijo de hombre que actuará como juez. La explicación del simbolismo: las bestias presentadas son típicas de Mesopotamia, representan a Nabuconodosor, los medos y los persas, la cuarta que es más peculiar representa a Antíoco Epífanes IV, el cual se presenta con características que hacen destacar su maldad, pues se trata de aquel que persiguió al pueblo en tiempos de los Macabeos y que quizó eliminar el culto a Dios.
Haciendo una lectura cristiana del texto, nos interesa de manera particular la segunda parte, puesto que los cristianos han visto en el anciano la figura del Padre que envía al Hijo para vencer el pecado y la muerte. Pero no sólo esto sino que también se ha visto a la luz de la segunda vendia del Señor, cuando al final de los tiempos vendrá de nuevo con gloria y majestad para juzgar a vivos y muertos, en lo que desde la antigüedad se ha llamado la Parusía del Señor.
«Sentarse a la derecha del Padre significa la inauguración del reino del Mesías, cumpliéndose la visión del profeta Daniel respecto del Hijo del hombre: «A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno, que nunca pasará, y su reino no será destruido jamás» (Dn 7, 14). A partir de este momento, los apóstoles se convirtieron en los testigos del «Reino que no tendrá fin» (Símbolo de Nicea – Constantinopla).»
Catecismo de la Iglesia Católica #664
Pasando al Evangelio en la frase del de hoy “no pasará esta generación hasta que esto suceda” llama la atención como se mezclan los temas de la caída del Templo y el juicio final, esto no es ninguna contradicción o digresión, sino que el Señor se sirve de los acontecimientos del año 70 d.C. (destrucción del Templo) para hablar de los hechos futuros.
“Así como en esta vida el sol (cuando después del invierno vuelve la primavera) fomenta y vivifica con el calor de sus rayos las semillas ocultas en la tierra, transformándolas en su primera forma, de modo que al brotar toman su antigua forma y producen infinitas plantas de variado color, así la gloriosa venida del unigénito de Dios, iluminando al nuevo siglo con sus rayos vivificadores, hará nacer a la luz las semillas sepultadas largo tiempo en el mundo, esto es, las que dormían bajo el polvo de la tierra, produciendo cuerpos mejores que antes; y vencida la muerte, reinará después la vida del siglo nuevo.”
San Eusebio – Catena Aurea
Asi vemos que ambas lecturas nos hablan del final de los tiempos, los cuales se presentan como una fase crítica de la historia de la humanidad, a veces tendemos a olvidar estas realidades que forman parte de la fe que profesamos, recordarlas nos hace bien no sólo en cuanto conocimiento intelectual, sino como una ocasión para examinarnos acerca de como nos preparamos a este encuentro con el Señor, porque al fin de cuentas se trata de esto, un encuentro con Aquel que dio su vida por nosotros, que nos amó al extremo en el madero de la cruz.
El juicio es ocasión de temor para el que vive fuera de la voluntad de Dios, pero para aquellos que viven buscando obrar de acuerdo a su Palabra, que tienen un trato habitual con Él en la oración, que buscan ser coherentes con lo que creen, que aunque reconociendose frágiles y debiles confían en que la gracia de Dios va actuando en su historia, se trata de una ocasión de alegría. Pues las gracias del triunfo de nuestro Amado se habrán extendido del todo aquel día.
Pero mientras ese día llega, Él nos permite a nosotros participar de esa misión, y no es un camino que hacemos solos, es un camino que hacemos como Iglesia, ofreciendo nuestros sacrificios personales en aras de la edificación de su Reino. Sabiendonos amados por Él, no podemos sino amarlo en correspondencia y busca que ese amor se difunda a todos los ambientes donde nos movemos, que gozo experimentará el cristiano cuando escuche aquella voz:
“Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”.
San Mateo 15, 34-36
Roguemos al Señor nos conceda la gracia de ser fieles y perseverantes, anhelando el encuentro definitivo con Él con gran esperanza, para que este nos sirva de aliciente para vivir cada día más unidos a Él y a nuestros hermanos por el Amor.
Nota: la imagen es un fresco del «Giotto» que presenta el Juicio Final (1302-1305) se encuentra en la capilla de los Scrovegni en Padua. Para una explicación sobre el fresco pulse aquí.