Sábado – I semana de Adviento
Is 30, 19-21. 23-26; Sal 146; Mt 9, 35-10, 1. 5a. 6-8.
Este sábado el profeta nos recuerda la promesa de la cesación de todo sufrimiento, de toda pena, de toda lágrima de dolor, pues el Señor consolará a su Pueblo, la compasión anunciada por Isaías, se concretiza en los sentimientos del Corazón de Cristo que contempla a las multitudes necesitadas de quien las guíe, para esto el les envía pastores en sus apóstoles, hombres que han convivido con Él, que le han conocido, y que han aprendido a amar como Él, dándoles potestad para poder aliviar a su Pueblo.
«Este Corazón divino es abismo que atesora todo bien; y se precisa que en él vacíen los pobres todas sus necesidades. Es abismo de gozo en que sumergir todos nuestros pesares; es abismo de humildad, remedio de nuestro engreimiento. Es abismo de misericordia para los desgraciados y abismo de amor en que sumergir nuestra pobreza»
Santa Margarita María de Alacoque
Jesús sigue llamando hoy en día en sus ministros consagrados hombres para que alienten y consuelen a su pueblo. A través de los obispos junto con sus presbíteros y diáconos la Iglesia se hace presente para socorrer a este pueblo del Señor que sufre a causa del pecado y sus consecuencias, pero esta labor no les queda sólo a ellos, pues la transformación del mundo por el anuncio del Evangelio es misión de todo bautizado.
Si bien hay quienes han sido llamados por una vocación particular de servicio a hacer presente a Jesucristo através del sacerdocio ministerial, todo cristiano esta llamado a servir a sus hermanos en virtud del sacerdocio común, pero para poder vivir esa dimensión en plenitud, hemos de estar estrechamente unidos a Cristo, puesto que su Pueblo, no tiene hambre de “nuestras” palabras sino de la Palabra de Dios. ¡Ay de aquel que se anuncia a sí mismo! Pues antes que consolar al Pueblo del Señor, le fatiga y tortura.
«Para una mies abundante son pocos los trabajadores; al escuchar esto, no podemos dejar de sentir una gran tristeza, porque hay que reconocer que, si bien hay personas que desean escuchar cosas buenas, faltan, en cambio, quienes se dediquen a anunciarlas. (…) Rogad también por nosotros, para que nuestro trabajo en bien vuestro sea fructuoso y para que nuestra voz no deje nunca de exhortaros»
San Gregorio Magno, Homiliae in Evangelia 17,3
Roguemos al Señor que nos siga dando buenos y santos sacerdotes que nos guíen por los senderos de su Amor, y que nos haga cada vez más conscientes la dimensión misionera de nuestra vocación cristiana. El Señor quiere consolar a su Pueblo, pero para se quiere servir de sus discípulos para conducirlo hacia sí. Seamos generosos con el Señor para ser camino allanado y canales limpios para su amor.