VII – Que alguna tristeza hay buena y santa

Tomado de “Ejercicios de perfección y virtudes cristianas” del P. Alfonso Rodríguez – De la Tristeza y la alegría – Cap. VII

Pero dirá alguno, ¿siempre habemos de andar alegres? ¿nunca nos habemos de entristecer? ¿no hay alguna tristeza que se abuena? A esto responde San Basilo[1] que alguna tristeza hay buena y provechosa. Porque una de las ocho bienaventuranzas que pone Cristo nuestro Redentor en el Evangelio, es: Beati quid lugent, quoniam ipsi consolabuntur: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados[2]. Dice San Basilio y San León Papa, y tráelo también Casiano [3], que hay dos maneras de tristeza; una mundana, que es cuando alguno se entristece de alguna cosa del mundo, como de sucesos adversos y trabajosos; y esta dicen que no la han de tener los siervos de Dios. De San Apolonio se lee en las vidas de los Padres que predicaba a sus discípulos que los siervos de Dios que tienen puesto su corazón en Él y esperan el Reino de los Cielos, no conviene que se entristezcan. Entristézcanse, dice, los gentiles y los judíos, y los demás infieles, y lloren también sin cesar los pecadores; pero los justos, que con fe viva esperan gozar de aquellos bienes eternos alégrense y regocíjense[4]. Porque si aquellos que aman las cosas caducas y terrenas, se alegran y regocijan del buen suceso de ellas, ¿cuánto mayor razón tenemos nosotros de alegrarnos y regocijarnos en Dios y en la gloria eterna que esperamos?

Y así el Apóstol, aún de la muerte de nuestros amigos y parientes quiere que no nos entristezcamos demasiado *En orden a los difuntos, no queremos, hermanos, que esteis en ignorancia, porque no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza[5]*. No dice absolutamente que no nos entristezcamos, porque mostrar algún sentimiento de eso es cosa natural y no es malo sino bueno, y señal de amor. Cristo nuestro Redentor lo mostró y lloró en la muerte de su amigo Lázaro, y dijeron los circunstantes: Mirad como le amaba[6] Pero lo que dice san Pablo es, que no nos entristezcamos como los infieles que no esperan otra vida, sino que la tristeza sea moderada, consolándonos con que presto nos veremos todos juntos con Dios en el cielo: que va delante, luego iremos nosotros tras Él. De manera que las cosas presentes de esta vida, aunque no las podemos dejar de sentir como hombres, pero no habemos de reparar mucho en ellas, sino tomarlas como de paso. Los que lloran dice [7], como si no llorasen; y los que se gozan como si no se gozasen.

Otra tristeza hay espiritual y según Dios; y esta es buena y provechosa, y conviene a los siervos de Dios. Esta dicen san Basilio y Casiano[8] que se engendra de cuatro maneras, o de cuatro cosas; lo primero de los pecados que habemos cometido contra Dios, conforme aquello del Apóstol: *Gózome, no de la tristeza que tuvisteis, sino de que vuestra tristeza os condujera al arrepentimiento. Porque os entristecisteis según Dios; y la tristeza que es según Dios obra arrepentimiento saludable, de que no hay que arrepentirse[9]*. El llorar uno sus pecados y entristecerse y dolerse por haber ofendido a Dios, esa es muy buena tristeza, y según Dios. Dice san Crisóstomo una razón digna de su ingenio. Ninguna pérdida hay en el mundo que se restaure con el dolor, pesar y tristeza, sino sola la del pecado: y así, en todas las otras materias es mal empleado el dolor, y la tristeza, sino es en ésta. Porque todas las demás pérdidas, no sólo no se remedian con llorar y estar tristes, antes se aumentan y acrecientan con eso: pero la pérdida del pecado remediase con la tristeza y dolor y eso habemos de llorar.

Lo segundo, se engendra y nace esta tristeza de los pecados de otros, de ver que Dios es ofendido y menospreciado, y que es quebrantada su ley. Esta es también muy buena tristeza, porque nace de amor y celo de la honra y gloria de Dios y bien de las almas. Y así vemos a aquellos santos Profetas y amigos grande de Dios, enflaquecidos y consumidos de esta tristeza y dolor, viendo los pecados y ofensas que se cometían contra su Majestad, y que ellos no lo podían remediar: *Desmayo se apoderó de mi a causa de los pecadores que abandonaban tu ley*. Era tan grande la aflicción que por esta causa sentía el profeta David, que el dolor del ánima le enflaquecía el cuerpo y le corrompía la sangre *Mi celo me consumió, porque mis enemigos se olvidaron de tus palabras. Veíalos prevaricar y carcomíame al ver que no guardaban tus palabras*[10]. Pudriásele la sangre en el cuerpo de ver las injurias y ofensas que se hacían contra Dios. Y el profeta Jeremías está lleno de semejantes llantos y gemidos. Esta tristeza no está muy bien a nosotros y nos es muy propia, porque el fin de nuestro Instituto es que el nombre de Dios sea santificado y glorificado de todo el mundo; y así el mayor de nuestros dolores ha de ser ver que esto no se haga así, sino muy al revés.

Lo tercero, puede nacer esta tristeza del deseo de la perfección, que es tener una ansia tan grande de ir adelante en la perfección, que siempre andemos suspirando y llorando porque no somos mejores y más perfectos, conforme aquello que dice Cristo en el Evangelio: Bienaventurados los que andan con esta hambre y sed de la virtud y perfección, porque ellos serán hartos[11]: Dios les cumplirá sus deseos.

Lo cuarto, suele nacer también una tristeza santa en los siervos de Dios de la contemplación de la gloria y del deseo de aquellos bienes celestiales, viéndose desterrados de ellos que se les dilatan, como lloraban los hijos de Israel su destierro en Babilonia, acordándose de la tierra de Promisión[12] y el Profeta lloraba el destierro de esta vida: ¡Ay de mí, que se me dilata mi destierro[13] Aquel: A ti suspiramos los desterrados hijos de Eva, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, suspiros son que hacen muy buena y suave música a los oídos de Dios.

Casiano pone las señales para conocer cual sea tristeza buena y según Dios, y cuál mala y del demonio. Dice que la primera es obediente, afable, humilde, mansa, suave y paciente. Al fin, como nace de amor de Dios contine en sí todos los frutos del Espíritu Santo, que ceunta san Pablo[14] que son, Caridad, Gozo, Paz, Longanimidad, Bondad, Fe, Mansedumbre, Continencia. Pero la tristeza mala y del demonio es áspera, impaciente, llena de rencor y amargura infructuosa, y que nos inclina a desconfianza y desesperación, y nos retrae y aparta de todo lo bueno. Y más, esta tristeza mala no trae consigo consuelo ni alegría ninguna; pero la tristeza buena y según Dios, dice Casiano, es en cierta manera alegre[15], y trae consigo un consuelo un conhorte y talente grande para todo lo bueno, como se ve discurriendo por todas esas cuatro maneras de tristeza que habemos dicho. El mismo andar uno llorando sus pecados, aunque por una parte aflige y da pena, por otra consuela grandemente. Por experiencia vemos cuan contentos y satisfechos quedamos cuando habemos llorado muy bien nuestros pecados.

Una de las cosas en que se echa mucho de ver la diferencia y ventaja grande que hay de la vida espiritual de los siervos de Dios a la vida del mundo es en esto, en que sentimos mayor gozo y regocijo en nuestra alma, cuando acabamos de llorar nuestros pecados, que el que sienten los mundanos en las fiestas y placeres del mundo. Y así pondera esto muy bien san Agustín, diciendo: Si ésta, que es la primera de las verdaderas obras del que comienza a servir a Dios, si el llorar de los justos, si su tristeza les da tanto contento, ¿qué será la alegría y contento que sentirán cuando el Señor los consuele en la oración y les dé aquellos júbilos espirituales que el suele comunicar a sus escogidos? ¿qué será cuando del todo les enjugue las lágrimas de sus ojos: *Limpiará Dios de sus ojos toda lágrima, y no habrá ya muerte, ni llanto, ni alarido, ni habrá más dolor, porque las cosas de antes son pasadas[16]* Pues el andar siempre hecho un Jeremías llorando los pecados ajenos, bien se ve el sabor, gusto y satisfacción que causa en el alma, porque es señal de buenos hijos ser mu celosos de la honra de su padre. Pues el andar siempre anhelando y suspirando por la perfección y con deseos de vernos ya en aquella patria celestial ¿qué cosa puede haber más suave y más dulce? Dice san Agustín: ¿qué cosa más dulce que estar siempre suspirando por aquella gloria y bienaventuranza que esperamos, y tener siempre nuestro corazón a donde está el verdadero gozo y contento?[17]

De aquí se verá también que la alegría que pedimos en los siervos de Dios, no es alegría vana de risas y palabras livianas, ni de donaires y gracias, y que ande uno parlando con todos cuantos encuentra; porque esa no sería alegría de siervos de Dios, sino distracción, libertad y disolución. Lo que pedimos es una alegría exterior que redunde de la interior, conforme a aquello del Sabio: Cor gaudens exhilarat faciem[18]: Así como la tristeza del espíritu redunda en el cuerpo, de tal manera que viene a secar y consumir, no sólo las carnes pero aún los huesos Spiritus tristis exsicat ossa[19]; así la alegría interior del corazón redunda también en el cuerpo y hace que se eche de ver en el rostro. Y así leemos de muchos Santos que parecía en su rostro una alegría y serenidad que daba testimonio de la alegría y paz interior de su alma. Esta es la alegría que habemos nosotros menester.

*La imagen es un dibujo de Carlos Saenz de Tejada que muestra a san Ignacio convaleciente y leyendo.

**Las negritas y los espacios entre párrafos son ajustes míos para facilitar la lectura.

***Las citas bíblicas están tomadas según la época del autor de la Vulgata Latina

Capítulo anterior: VI- De una raíz muy ordinaria de la tristeza, que es, no andar uno como debe en el servicio de Dios; y de la alegría grande que causa la buena conciencia.

[1] Basil. In Regul. Brev. 192 et 194

[2] Matth., V, 5

[3] Cass. Lib. 9. De instit. Renunt.

[4] Laetamini in Domino, et exulstate, justi, et gloriamini omnes recti corde. Ps.XXXI, 11

[5] Nolumus autem vos ignorare, fratres de dormientibus, ut non contritemini, sicut et caeteri, qui spem non habet. I ad Thes., IV, 12

[6] Ecce quomodo amabat eum Ioam. XI, 36

[7] I ad Cor. VII, 30

[8] Idem Aug. Serm. 11 ad fratres in eremo

[9] Gaudeo, non quia contristati estis, sed quia constritati estis ad poenitentiam, contristati enim estis secundum Deum…: Quae enim secundum Deum tristitia est, poenitentiam in salutem stabilem operatur. II ad Cor. VII, 9

[10] Defectio tenuit me pro peccatoribus derelinquentibus legem tuam. Tabescere me fecit zelus meus, quia obliti sunt verba tua inimici mei. Vidi praevaricantes et tabescebam, quia eloquia tua non custodierunt. Ps CXVIII, 53, 139, 158

[11] Beati qui esuriunt, et sitiunt justitiam, quoniam ipsi saturabuntur,  Matth., V, 6

[12] Super flumina Babylonis, iliic sedimus et flevimus, cum recordaremur Sion. Psalm CXXXVI, 1

[13] Heu mihi, qui incolatus meus prolongatus est ! Psalm. CXIX, 5

[14] Ad Gal. V, 22

[15] Est quadmmodo laeta.

[16] Abterget Deus omnem lacrymam ab oculis eorum: et mors ultra non erit neque Iuctus, neque clamor, neque doloro erit ultra. Apoc. XXI, 4.

[17] Quid enim pulchrius, quidve dulcius, quam inter tenebras hujus vitae, multasque amaritudines, divinae dulcedini inhiare et aeterne beatitudine suspirare, illicque teneri mente, ubi ver haberi gaudia certissimum est? Aug. Cap. 37 Meditat

[18] Prov. XV, 13

[19]  Prov., XII, 22