Atentos a su voz

1 S 3, 1-10.19-20; Sal 39; +Mc 1, 29-39

La vocación del profeta Samuel nos presenta la oportunidad de contemplar cómo un joven aprende a reconocer la voz de Dios en su vida, y quizás cabría pensar no sólo en un joven de edad sino también en aquellos que son jóvenes en la fe, porque podría suceder que a 40 o 50 años aún vivamos como adolescentes. Se nos narra que en medio de la noche, en el silencio, estando él en el Templo, el Señor le dirige su palabra, lo llama por su nombre. Samuel aún no había conocido la voz de Dios nos dice la Sagrada Escritura, y acude a Elí varias veces creyendo que es él quien le llamaba. Podríamos considerar cómo el joven aún no había aprendido a escuchar la voz de Dios en su vida, cuestión que podríamos vivir también nosotros, ¿somos capaces de escuchar la voz del Señor cuando nos habla? recordemos que su voz se nos hace presente de modo especial a través de las Sagradas Escrituras, de la enseñanza de la Iglesia, del testimonio de los santos, a través de las oración, etc.

Pero aprender a reconocer su voz es algo que no podemos hacer solos, y esto quizas es lo que se nos quiere transmitir con la intervención de Eli, él que tenía más experiencia en los caminos del Señor, es capaz de ver que era Dios el que hablaba a Samuel. Que importante es que los mayores enseñen a los más jóvenes a leer la acción de Dios en sus vidas, de modo ideal son los padres los que enseñan a sus hijos a descubrir la voz del Señor, cuando les enseñan a orar o escudriñar las Sagradas Escrituras, a ellos les corresponde la transmisión de la fe y en esto son insustituíbles, pero también en esto colaboran todos aquellos que tienen un rol de educar a los niños y jóvenes, particularmente los maestros y catequistas. Hemos de considerar muchas veces como con su predicación los sacerdotes y otros ministros muchas veces nos descubren los tesoros de la Palabra de Dios, a nosotros nos corresponderá ver que eso sea el abono con que la semilla de la Palabra entra en nuestra tierra, para que dé mucho fruto.

El Evangelio nos presenta a Jesús que sana a muchos enfermos, libera de las fuerzas de los demonios y anuncia la Buena Nueva. El Señor viene a ser conocido en el lugar por las grandes proezas que realiza y por la autoridad con que habla, y en todas ellas manifiesta su amor misericordioso, que viendo nuestra aflicción se compadece y obra maravillas.

«…acercándose a aquella, que estaba enferma… Ella misma no pudo levantarse, pues yacía en el lecho, y no pudo, por tanto, salirle al encuentro al que venía. Mas, este médico misericordioso acude él mismo junto al lecho; el que había llevado sobre sus hombros a la ovejita enferma, él mismo va junto al lecho. «Y acercándose… » Encima se acerca, y lo hace además para curarla. «Y acercándose… » Fíjate en lo que dice. Es como decir: hubieras debido salirme al encuentro, llegarte a la puerta, y recibirme, para que tu salud no fuera sólo obra de mi misericordia, sino también de tu voluntad. Pero, ya que te encuentras oprimida por la magnitud de las fiebres y no puedes levantarte, yo mismo vengo. Y acercándose, la levantó. Ya que ella misma no podía levantarse, es tomada por el Señor. Y la levantó, tomándola de la mano. La tomó precisamente de la mano. También Pedro, cuando peligraba en el mar y se hundía, fue cogido de la mano y levantado. «Y la levantó tomándola de la mano». Con su mano tomó el Señor la mano de ella. ¡Oh feliz amistad, oh hermosa caricia! La levantó tomándola de la mano: con su mano sanó la mano de ella. Cogió su mano como un médico, le tomó el pulso, comprobó la magnitud de las fiebres, él mismo, que es médico y medicina al mismo tiempo.

La toca Jesús y huye la fiebre. Que toque también nuestra mano, para que sean purificadas nuestras obras, que entre en nuestra casa: levantémonos por fin del lecho, no permanezcamos tumbados.»

San Jerónimo

A través de sus milagros nos muestra como viene a liberar al hombre de la opresión del mal, y cuando realiza la curación por lo general pide que no se divulgue, esto nos dicen los estudiosos lo hace para que sus seguidores purificasen la idea de mesías que tenían y pudieran estar abiertos a la victoria de la Cruz, de aquel que vence al mal a fuerza de bien, con el poder del Amor que llega hasta la entrega de la propia vida . Expulsando demonios nos enseña como Él es más fuerte que la actividad de los demonios y dirán los Padres de la Iglesia que les manda callar porque no quiere aceptar en favor de la verdad el testimonio del padre de la mentira. Pero decididamente una de las cosas que más llaman la atención es como al final de toda su actividad Jesús se retira a solas a orar velando en la noche para luego continuar su misión.

Que importante es la oración silenciosa, en ella el hombre no realiza un mero ejercicio de introspección, sino que entra en un diálogo amoros de corazón a Corazón con el creador, a veces será discursiva, a veces afectiva, a veces simplemente contemplativa, pero la oración silenciosa, nos recuerda sobre todo lugar que estamos en presencia de Dios, Uno y Trino, que nos ama y que habita en nuestro interior. Y que quiere conducirnos a la felicidad plena en Él y no sólo a nosotros sino a todos los que encontremos en nuestro camino. En la oración hallamos esa fuerza para transformar nuestras vidas, nuestras sociedades, nuestras historias, sin caer en la turbación de un activismo exasperado, sino con la serenidad y confianza de Aquel que está en las manos del que le amó hasta el punto de dar la vida. La oración nos preserva de la vanidad de adjudicarnos a nosotros mismos lo que es de Dios, nos hace entrar en la humildad, y nos libera del peso de la agonía de vivir complaciendo el egoísmo de otros, para reconocernos como hombres que viven para algo mucho más grande, la Gloria y Honra de Nuestro Señor.

Nada ayuda tanto a que el alma se vuelva tan pura y gozosa, ni nada la ilumina y la aleja tanto de los malos pensamientos como estar en vela. Por esta razón todos nuestros padres han perseverado en este trabajo de las vigilias y han adoptado como regla, a lo largo de su vida ascética, permanecer vigilantes por la noche. Especialmente lo han hecho porque habían oído de nuestro Salvador una invitación constante y en distintos lugares por su Palabra viviente: «Estad siempre despiertos y pedid en toda ocasión» (Lc 21,36); «Velad y orad para no caer en tentación» (Mt 26,41); y también: «Orad sin cesar» (1Tes 5,17).

Y no se contentó con decírnoslo con sólo sus palabras. Nos dio también ejemplo con su persona poniendo la práctica de la oración por encima de toda otra cosa. Es por esto que constantemente se iba a un lugar solitario para orar, y eso no de manera arbitraria, sino escogiendo el tiempo de la noche y en lugar desierto, a fin de que también nosotros, evitando las multitudes y el tumulto, seamos capaces de orar en soledad.

Isaac el Sirio,, Sermones ascéticos

La invitación en este día es a tomarnos un rato de silencio para orar a solas con Dios, y si es posible probar hacer esa experiencia de Jesús y de Samuel, orando en el silencio de la noche, y así podamos escuchar su voz, podríamos disponernos a ella haciendo una oración que san Juan de la Cruz llama Suma de Perfección.

«Olvido de lo creado, memoria del Creador, atención al interior, y estarse amando al Amado»