Lo primero que debe hacer el que desea agradar a nuestro Señor, es tener dos ratos buenos entre día y noche diputados para oración. El de la mañana, para pensar en el misterio de la pasión; y el de la noche, para acordarse de la muerte, considerando muy despacio y con mucha atención, cómo se ha de acabar esta vida y cómo ha de dar cuenta de la más chica palabra ociosa que hobiere hablado, con otras cosas semejantes. Y así cumplirá el consejo de la santa Escriptura que dice: Acuérdate de tus postrimerías, y no pecarás jamás.
Lo segundo sea que trabaje por traer siempre su memoria en algun buen pensamiento, porque el demonio le halle siempre ocupado, y ande siempre con una memoria que Dios le mira, trabajando de andar siempre compuesto con reverencia delante tan gran Señor, gozándose de que su Majestad sea en sí mismo tan lleno de gloria como es. De esta manera le traían presente aquellos padres del Testamento Viejo, los cuales juraban diciendo: Vive el Señor delante de quien estoy. Por do parece que traían consigo esta memoria. Y es mucha razón que así la traya él, pues trae consigo un ángel que está siempre delante de Dios, cuya Majestad hinche todo lo criado; diciendo el mismo Dios: Yo hincho el cielo y la tierra. Y pues en todo lugar está Dios tan poderoso y tan sabio y tan glorioso como en el cielo, en todo lugar es razón que nuestra alma le adore, para que ninguna criatura nos mueva a ofenderle.
El tercero sea que trabaje de confesar y comulgar a menudo, por imitar aquel santo tiempo de la primitiva Iglesia, cuando comulgaban de ocho a ocho días los fieles. De cuya memoria quedó agora el pan bendito que dan a los domingos con la paz, para que, cuando vea sacar aquel pan, se acuerde que la frialdad nuestra causó que se diese aquel pan bendito, y no el mismo Santísimo Sacramento, como antes daban, según parece por muchas historias.
El cuarto documento sea que asiente en su corazón muy fijo que si al cielo quiere ir, que ha de pasar muchos trabajos, y que ha de ser escarnecido y perseguido de muchos, conforme a aquel dicho de nuestro Redentor: Si a mí persiguieron, a vosotros perseguirán; para que, estando así armado, no le aparten de sus buenos ejercicios las malas lenguas, ni los contrarios que dondequiera ha de hallar; sino, como hombre que ya lo sabe, no se le haga nueva una cosa tan cierta a todos los que sirven a Dios, sino mire a Cristo nuestro Redentor y a todos los santos que fueron por aquí, y baje la cabeza sin alboroto ninguno, dejando los perros que ladren cuanto quisieren.
Sea el quinto, que ponga siempre sus ojos en sus faltas, y deje de mirar las ajenas, conforme aquel dicho de nuestro Señor: Hipócrita, ¿por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, y no consideras tú la viga que tienes atravesada en el tuyo? No tenga cuenta más de con sus propios defectos, y si algo viere en el prójimo digno de reprehensión, no se indigne contra él, sino compadézcase de él, porque la santidad verdadera, dice San Gregorio que es compadecerse de los pecados, y la falsa, indignarse contra ellos. Si son personas que tomarán su corrección, corríjales caritativamente conociéndose por hombre de la misma masa de Adán, y si no lo son, vuélvase a Dios, suplicándole que los remedie, y dándole gracias porque ha guardado a él de pecado semejante; hallándose muy obligado a servir al Señor, que de este mal le libró, en el cual él también cayera, si el Señor no le guardara.
Sea el sexto, que trabaje lo más que pudiere por hacer alguna caridad cada día a algún prójimo, acordándose de aquella sentencia del Redemptor que dice: En esto conocerán todos si sois mis discípulos, si os amáredes unos a otros. Y conforme a esto debe también tener memoria cada día de rogar a Dios por la Iglesia, que con tanta costa redimió.
Sea el séptimo, que pida siempre a Dios perseverancia, acordándose del dicho de nuestro Redemptor, que el que perseverare hasta el fin será salvo. Y así ponga sus ojos en la muerte, teniendo delante que si hasta allí no durare en la virtud, que todo lo que hiciere se perderá. Y así quite siempre los ojos del bien que hiciere, y póngalos en lo que le quedaba por hacer, para que lo hecho no le ensoberbezca, y lo por hacer le ponga humildad y cuidado de pedir a Dios gracia para cumplirlo. Y tema siempre no sea él uno de aquellos que dijo el Salvador que se habían de resfriar en la caridad, porque había de abundar la malicia; como vemos que muchos hacen, que la mucha maldad que ven por ese mundo en tanta abundancia, les es ocasión de dejar los buenos ejercicios que comenzaron, y saliéndose de Sodoma, como la mujer de Lot, por tornar la cabeza atrás, se quedan hechos estatuas de sal, su alma endurecida para el bien, y sabrosa y apetitosa para el mal.
Sea el octavo, que en todas su obras busque la gloria de Dios, y no su consuelo ni su provecho, para que, aunque se halle seca su alma y desconsolada, no por eso deje sus santos ejercicios, con que Dios se glorifica y se sirve. Y así ordene cuanto hiciere a que Dios sea glorificado, conforme al consejo de san Pablo que dice: Ahora comáis o bebáis o hagáis otra cualquier cosa, todo lo haced para la gloria de Dios. Y pues las obras naturales, como el comer y beber, dice el Apóstol que se hagan para gloria de Dios, mucha más razón es que se haga la oración y lo demás. Y así, pretendiendo sólo esto, no le desconsolará mucho la sequedad que a muchos desconsuela, y hace aflojar en el servicio de Dios, habiendo de ser entonces más diligentes en la guarda de si mismos, y más solícitos en escudriñar si han hecho algún pecado por el cual el Señor los dejase así desconsolados, y proveer en esto con diligencia, pues las más veces nace el tal desconsuelo de soberbia o murmuración o pláticas vanas, que, aunque parecen pequeña culpa, todavía desconsuelan el alma.
Sea el nono, que huiga muy de raíz toda compañía que no le trajere provecho, porque de ella sale todo el mal que a nuestra ánima lastima. Porque, como dice el Profeta, la garganta de los malos es como una sepultura abierta, de donde siempre salen hedores de muerte. Y por esto siempre debe huir la compañía de los tales, porque, si en ello mira, nunca hablan sino palabras conformes a la muerte que sus ánimas dentro de sí tienen, y a mejor librar, cuando las palabras son cuerdas al parecer de ellos, entonces son nocivas al prójimo, diciendo mal y murmurando. Lo cual debe él con gran cuidado huir, reprehendiéndolo, si es persona que aprovechará, y si no, mostrándole un semblante triste, porque dice san Bernardo que dubda cuál peca más, el que murmura o el que oye de buena gana murmurar. Debe luego, por no caer en este pecado, mostrar mala cara y no oír al murmurador, porque, viendo su semblante, cesará su murmuración, porque, como dice san Hierónimo, pocas veces uno murmura, cuando ve que el oyente oye de mala gana.
El décimo y último sea que de tal manera obre bien, que ponga sus ojos y confianza en los merecimientos de Jesucristo, no mirando a lo que hace, sino a la muerte y pasión del Redentor, porque sin él todo es poco lo que hacemos. Quiero decir, que el valor de nuestras obras nace de los merecimientos de Jesucristo, y de la gracia que por él se nos da. Así debe lanzar toda soberbia y vanagloria de su corazón, por muchas obras buenas que le parecía hacer, porque, si bien mira en ello, hallará que por la mayor parte todo cuanto hace va mezclado de mil imperfecciones, por donde más tenemos por qué pedir perdón al Señor por la mala manera de obrar, que por donde esperar galardón por la substancia de las obras. Porque mirando su Majestad, delante cuyo acatamiento tiemblan los serafines, van nuestras obras tan tibias, tan sin reverencia, y con tanta mezcla de imperfecciones, que está muy claro acetarlas Dios por el amor de su unigénito Hijo. Y así, quitada toda liviandad de corazón, acabada la buena obra, preséntese delante de Dios, pidiéndole perdón del desacato y poca reverencia con que la hizo, y ofrezca a Jesucristo al Eterno Padre, confiado que por amor de aquel Señor, el Padre Eterno acetará aquella obra con que le hobiere servido. De esta manera vivirá humilde y confiado, porque el verdadero camino para el cielo dice un doctor que es obrar bien, y no presumir de sí, sino poner su confianza en Cristo.
*Tomado de las notas preliminares de su obra «Audi Filia»
*Imagen: pintura de Pierre Subleyras