Viernes – I semana del tiempo ordinario – Año par

1 S 8, 4-7.10-22; Sal 88; Mc 2, 1-12

Nos encontramos a partir de hoy frente a los textos del libro de Samuel que nos contarán como se instaura la monarquía en Israel, a lo largo del mismo se verán algunos que son favorables a ésta, otros que le serán contrarios, según el Rey haya sido o no fiel a la voluntad de Dios, cuando han dejado que Él conduzca la historia, en el fondo las mediaciones humanas no son malas en sí mismas, sino sólo cuando actúan contrariando la Ley de Dios .

De modo particular hoy vemos el origen propio de este tipo de Gobierno en Israel, el Pueblo se reúne y pide a Samuel que les nombre un Rey porque quieren ser como los demás pueblos, quieren a uno que les gobierne y que salga delante de ellos para luchar,  pero ¿acaso no era esto lo que ya hacía Dios con ellos? Lo errado de su petición no está en el hecho de pedir un líder, sino en el hecho de que se han olvidado de Dios, el pueblo cree sustituir así a Samuel, pero Dios le aclara al Juez y Profeta: «No es a ti a quien rechazan, sino a mí» (1 S 8, 7)

Ya ayer mirabamos como queriendo manipular a Dios pierden la batalla, decimos manipular porque se llevan el arca sin consultar antes con el Señor, en los capítulos que están entre el texto de ayer y el de hoy se evidencia como cambia su fortuna cuando con humildad piden el auxilio del Señor y derrotan a los filisteos, sin embargo ahora vemos como en su empecinamiento por querer ser como los demás, rechazan a Aquel que ha hecho de ellos lo que son, puesto que el Pueblo de Israel siempre se caracterizó entre los demás pueblos por su monoteísmo, por no tener otro Dios que Aquel que se había revelado a Abrahán, Isaac y Jacob, a Aquel que los había sacado de Egipto, a Aquel que les había conducido por el desierto, Aquel que les había dado el maná y las codornices para que no murieran de hambre, a Aquel a quien le debían la victoria sobre sus batallas.

¡Cuántas veces nosotros por querer ser como los demás rechazamos a Dios! Éste es un peligro constante en todas las etapas de la historia de la humanidad, acomodarse a las corrientes de la era presente, olvidándonos que nuestra vida no depende de ella sino de Dios, y que nuestra sabiduría no está en ideologías, filosofías o esfuerzos meramente humanos, sino en la Palabra del Señor. Un día decía un viejo párroco a un sacerdote en su primera misa: «No busques en la ideología lo que te da el Evangelio», ¿no sería, análogamente, está la traducción en nuestros días de la enseñanza de la primera lectura de hoy?

«Siendo nuestros argumentos de tanto peso, no hay para qué ir a buscar de otros la verdad que tan fácilmente se encuentra en la Iglesia, ya que los Apóstoles depositaron en ella, como en una despensa opulenta, todo lo que pertenece a la verdad, a fin de que todo el que quiera pueda tomar de ella la bebida de la vida. Y ésta es la puerta de la vida; todos los demás son salteadores y ladrones. Por esto hay que evitarlos, y en cambio hay que poner suma diligencia en amar las cosas de la Iglesia y en captar en ella la tradición de la verdad»

San Irineo de Lyon, Tratado contra las herejías 3,4

En el Evangelio vemos como Jesús obra la curación de un paralítico. Hay diversos elementos que podríamos meditar, tales como: el valor de la intercesión, pues Jesús viendo la fe de unos hombres,que se expresó en el esfuerzo por abrir el techo y meter ahí al paralítico, le concede el perdón de los pecados, ya sólo el hecho de haber agradado a Dios con un acto de fe es una gran cosa, pero como el Señor no se deja ganar en generosidad, concede en primer lugar una cosa mucho más grande que la curación del cuerpo, el perdón de los pecados.

También podríamos considerar en el orden que Jesús sigue para obrar en la vida de aquel que era paralítico, primero actúa sobre el alma y luego sobre el cuerpo, ciertamente nos enseña que el bienestar del alma va primero, pero esto no significa que el cuerpo no tenga valor, y esto lo continuará a mostrar en los milagros de curación, un ej. De cómo la Iglesia continúa esto lo tenemos no sólo en las diferentes obras de misericordia corporal, sino también en los llamados sacramentos de curación: la Reconciliación y la Unción de los enfermos.

Un tercer elemento a considerar podría ser también como Jesús conoce nuestro corazones y aquello que nos aflige, en particular en el caso del Evangelio de hoy, se compadece de los que murmuran, pues para vencer a su incredulidad, realiza el signo, es más lo dice explícitamente «Pues para que sepan que el Hijo del Hombre tiene potestad en la tierra para perdonar los pecados -se dirigió al paralítico-,  a ti te digo: levántate, toma tu camilla y vete a tu casa» (Mc 2, 10), y la palabra concluye «…todos quedaron y glorificaron a Dios diciendo: Nunca hemos visto nada parecido» (Mc 2, 12). ¡Que gran bondad del Señor! Acepta nuestros actos en favor de otros, perdona nuestros pecados, obra milagros en nuestros cuerpos, y nos saca de la incredulidad.

Por eso hermanos demos también nosotros gloria al Señor, que en su Palabra bendita que nos ha sido transmitida por la Iglesia encontremos su sabiduría para nuestras vidas, y pongámonos en sus manos para que con nuestras oración y obras de caridad podamos interceder por los demás y arranquemos de su Corazón esas gracias de misericordia que quiera realizaren nuestras vidas.