Pan de los fuertes

XIX Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

Primera Lectura: 1R 19, 4-8. Con la fuerza de aquella comida, caminó hasta el monte de Dios.

Salmo 33. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Segunda Lectura: Ef 4, 30-5, 2. Vivid en el amor como Cristo.

Evangelio: Jn 6, 41-51. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo.

Hoy en día vemos como el mundo vive sumido en una sed de diversiones y entretenimientos, tantos viven en la búsqueda de un alivio antes las dificultades que trae el día a día, y aunque el recreo es necesario e importante para que una persona viva sanamente, cuando alguien busca vivir sólo en cosas que le dispersan bajo la excusa del descanso, lo que realmente manifiesta es que es un insatisfecho que nunca encuentra sosiego.

Alguno dirá, es cierto, pero esto no le debería pasar al cristiano, puesto que se ha encontrado ya con Jesús. Pero sucede aun andando en los caminos del Señor, como decimos habitualmente, también experiementamos este tipo de situaciones, incluso a veces sufrimos grandes incomprensiones y contrariedades por el hecho de querer vivir auténticamante nuestra fe, y caemos en la desolación, en una especie de tristeza que si no es encauzada nos puede llevar a querer desistir de perseverar en el seguimiento de Cristo o lo que quizás sería peor, a vivir un cristianismo light, sin esfuerzo y mediocre. La Iglesia no desconoce esta realidad, de hecho nos dice el catecismo que “en la vida cotidiana nuestra caridad tiende a debilitarse” (CEC 1394), a causa de la debilidad de nuestra carne y del pecado venial.

Por ej, el profeta Elías en la primera lectura lo encontramos angustiado y abatido, se había dado por vencido con su vida, deseaba la muerte, y murmura puesto que estaba cansado ya de correr, ante la persecución que le había propiaciado Jezabel la mujer del rey Acaz, y es que el profeta, haciendo la voluntad de Dios, había denunciado las maldades que estaban cometiendo los monarcas e incluso había sido el instrumento del Señor para vencer a los falsos profetas que Jezabel había llevado a Israel.

Pero en medio de su aflicción el Señor le envía un ángel para darle ánimos y un alimento que lo fortalecería hasta llegar al Monte santo donde sabemos el profeta contempla la gloria de Dios. Este alimento, este pan que le da Elías la fuerza para caminar por 40 días hasta el lugar que el Señor había previsto, ha sido visto en la tradición de la Iglesia, como un anuncio de la Eucaristía.

Y es que hermanos, en medio de las dificultades que experimentamos en nuestro diario vivir, en medio de la debilidad, el Señor nos da un alimento que nos fortalece, el Señor se nos da a sí mismo como pan de vida. El cristiano sabe que así como el alimento, el descanso y el ejercicio son necesarios para el cuerpo, también sabe que la Eucaristía, la oración y la práctica de las virtudes son necesarios para el alma que quiere vivir según la fe en Jesucristo.

La Eucaristía nos unifica interiormente y reaviva en nosotros la caridad cristiana, pues que nos une a Dios, nos separa del pecado venial y nos preserva del pecado mortal. En la Eucaristía Él sacia todas las aspiraciones de nuestro corazón. Nosotros hemos sido creados con un sed de infinito, y en el sacramento del amor Aquel que es infinito se nos da.

La Eucaristía también nos une como Iglesia, puesto que los que reciben a Jesucristo, se hacen uno con Él, por ello también nos mueve a la solidaridad fraterna, nos lleva a reconocer en el otro a un hermano que también ha sido salvado por Cristo.

La Eucaristía debe ser para nosotros una ocasión de consuelo y de adquisición de nuevas fuerzas para vivir en la fe nuestro dia a día. Ella nos da la fuerza de desterrar de nosotros toda “la asperaza, la ira, la indignación, los insultos, la malediciencica y toda clase de maldad” como decía san Pablo en la segunda lectura, y de ser “buenos y comprensivos” perdonándonos “los unosa los otros como Dios nos perdonó”…en defininitiva por ella podemos vivir “amando como Cristo” porque gracias a ella nuestro corazón late al ritmo del Corazón de Jesús.

Y esta fuerza de gracia le viene a la Eucaristía del hecho de que en ella recibimos el Cuerpo y la Sangre, el Alma y la Divinad de Jesús, en ella nos alimentamos de la misma vida de Dios. Este es el gran regalo que Cristo nos ha dejado cuando dijo “hagan esto en conmemoración mía”. Y por ello nos reunimos domingo a domingo, y si es posible más veces en la semana para alimentarnos de Él que se hace presente en el santo sacrificio de la Misa.

Roguemos al Señor que hoy nos conceda la gracia de poder ofrecerle un corazón abierto a su vida divina, para que alimentados con el pan vivo que baja del cielo, podamos caminar nosotros a la casa del Padre y poder un día gozar de su presencia así como lo hiciese Elías en el Horeb.

Imagen: la pintura presenta a Elias y el ángel que le lleva pan, se encuentra en el Duomo di Ravenna