XX Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B
- Prv 9, 1-6. Comed de mi pan, bebed el vino que he mezclado.
- Sal 33. Gustad y ved qué bueno es el Señor.
- Ef 5, 15-20. Daos cuenta de lo que el Señor quiere.
- Jn 6, 51-58. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida
Si por el Bautismo hemos renacido a la vida nueva de los hijos de Dios, una vida que se dice eterna, porque es un vivir la misma vida de Dios, por la Eucaristía nos alimentamos del mismo Dios en Jesucristo, para permanecer en esta vida nueva que hemos recibido.
El libro de los proverbios nos hablaba de un alimento que daría la sabiduría, para los antiguos el sabio era aquel que conocía el arte de vivir, era el que sabía vivir bien, pues llegada la plenitud e los tiempos, la sabiduría de Dios se nos ha revelado en Jesucristo, y así el alimento con el que nutre, ese pan de vida que Dios ha querido dar a los hombres, es el mismo Cuerpo de Cristo.
Decía un autor de los primeros siglos del cristianismo “Tanto a los faltos de obras de fe como a los que tienen el deseo de una vida más perfecta, dice: Venid, comed mi cuerpo, que es el pan que os alimenta y fortalece; bebed mi sangre, que es el vino de la doctrina celestial que os deleita y os diviniza; porque he mezclado de manera admirable mi sangre con la divinidad, para vuestra salvación” (Procopio de Gaza, In librum Proverbiorum 9)
En la Eucaristía es el mismo Dios que viene a nuestras vidas, es Él, que entrando en nosotros nos convierte en Templos suyos, somos lugar de la presencia de Dios, y si bien es cierto su presencia, su vida divina nos ha llegado en primer lugar por el Bautismo, por la Eucaristía esa presencia se fortalece y nos fortalece, y recibiéndolo bien dispuestos, acrecienta en nosotros la caridad, nos hace capaces de amar a Dios y a nuestros hermanos, más y mejor. Ojo, pero decimos bien dispuestos, eso quiere decir que también nosotros llevemos una vida de oración activa, práctiquemos las obras buenas que el Señor pone en nuestro camino, seamos hombres que vivan virtuosamente y que saben acudir al sacramento de la reconciliación con la intención de vivir en constante conversión a Dios.
Por todo esto la Eucaristía es un anticipo de la misma gloria de la eternidad, en ella el Señor viene bajo las especies del pan y vino, en la celebración de la Santa Eucaristía se hace presente de nuevo aquella pasión, muerte y resurrección del Señor, técnicamente decimos “se actualiza”, hasta que venga definitivamente con gloria y majestad al final de los tiempos. Por ello al concluir la consagración el sacerdote dice “este es el sacramento (misterio) de nuestra fe” y contesta la asamblea “anunciamos tu muerte y proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús”.
¿Queremos perseverar en la fe hasta el último de nuestros días?, vengamos y alimentemonos frecuentemente del Cuerpo y Sangre del Señor, es el alimento que garantiza nuestro permanecer y perseverar en Él. ¿Queremos vencer las fuerzas del pecado que obran en nosotros y nuestra sociedad? Vengamonos bien dispuestos y alimentémonos de la misma vida de Dios, del amor mismo en el Santísimo Sacramento del altar, por eso decía san Ignacio de Antioquía (Carta a los Efesios) que la Eucaristía es “es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre” y san Ambrosio dirá “Oyes que cuantas veces se ofrece el sacrificio, se significa la muerte del Señor, la resurrección del Señor, la ascensión del Señor y la remisión de los pecados; ¿y no recibes cada día este pan de vida? El que tiene una herida busca la medicina. Hay herida porque estamos bajo el pecado; la medicina es el celestial y venerable sacramento” (San Ambrosio, Los Sacramentos 5, 4, 25)
Que grandeza y cuanta bondad nos ha dado Dios en la Santa Eucaristía, ella produce abundantes frutos en nuestra vida (CEC 1391 en adelante):
- La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo
- En ella proclamamos nuestra fe
- Conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo
- Nos separa del pecado
- Restaura las fuerzas perdidas y fortalece la caridad
- Nos une a los cristianos como Cuerpo Místico de Cristo y por eso decimos que hace a la Iglesia
- Nos mueve a la solidaridad fraterna
¿Cómo no alimentarnos del Cuerpo y Sangre del Señor frecuentemente? Una vez una persona dandose cuenta de la grandeza de lo que recibía en la Eucaristía le dijo al Padre Pío “Padre ¡me siento tan indigno de comulgar!, Verdaderamente soy indigno de ello” Él le respondió “Es verdad, no somos dignos de un tal don; pero una cosa es participar indignamente de la comunión, en estado de falta grave, y otra cosa es no ser dignos de ello. Todos somos indignos de comulgar; pero es Jesús mismo quien nos invita, es él quien lo desea. Seamos, pues, humildes, y recibámoslo con un corazón lleno de amor” (Epistolario del P. Pio, Vicenza, 1959, p.55)
Que palabras de consuelo y que invitación tan grande que nos hacen los santos a recibir el cuerpo del Señor, Jesús lo quiere, ha sido su voluntad el querersenos entregar en este sacramento de Amor, el quiere venir constantemente a nuestras vidas, habitar en nosotros y fortalecernos con su amor. ¡De su Corazón bendito brota este gran deseo!
Roguemos al Señor nos conceda la gracia de saber reconocerle en el Santísimo Sacramento del Altar, de poder recibirle con un corazón abierto y dócil a su amor, para que Él pueda habitar en nosotros y así perseverando unidos a Él en esta vida nueva que recibimos por el Bautismo podamos un día gozar con Él de la gloria de la resurrección.
Imagen: «Última Comunión de san Jerónimo» por Agostino Caracci