Habitualmente cuando oímos hablar del “corazón” del hombre en la Sagrada Escritura, nos estamos refiriendo a la sede del mundo interior, a ese punto en donde se entrelazan aquello que se siente, que se piensa y donde se delibera para actuar. La purificación del corazón es una de las obras de la gracia de Dios en nosotros, el reordenar aquello que el pecado vino a desordenar, la pregunta es ¿Estoy dejando que la gracia de Dios purifique mi corazón? ¿Cómo estoy custodiando este corazón mío?
Es necesario examinar cómo estamos, cuáles son mis pecados recurrentes, mis vicios, o las tentaciones que más me aquejan, cómo se manifiestan, qué cosa les sirve de detonante, hacia dónde me están conduciendo y cuál es su causa última, o de dónde me viene esto. Luego podemos buscar la medicina adecuada.
Jesús dijo a los apóstoles, “ustedes han Sido purificados por mi palabra” y es que el medio privilegiado que tenemos para confrontar nuestra vida interior es la lectura orante de la palabra de Dios, en ella encontramos las pautas para vivir, a esto hay que unir la enseñanza de la Iglesia, que es su “interprete auténtica” ella también nos va enseñando como esa palabra ilumina nuestra realidad actual, sin embargo el llevarla a la vida interior, a la realidad personal, es labor de cada uno. Es la acción de la gracia y la libertad del hombre que confluyen en el tejer este vestido de bodas para el banquete de bodas con el Señor, todo para su mayor Gloria
Roguemos al Señor nos dé un corazón dócil y un oído atento a su palabra, para dejar que su gracia purifique nuestros corazones para gloria de su Nombre.