Cristo al centro

Jueves – VI semana de Pascua

Nos encontramos en las ultimas semana del tiempo de Pascua, y conforme nos acercamos a las solemnidades de la Ascención del Señor y Pentecostés, la Liturgia de la Iglesia nos va presentando la vida de la comunidad nacida de la Pascua, se caracteriza entre otras cosas por la acción del Espíritu Santo en ella y el celo apostólico de los primeros misioneros del cristianismo.

Ciertamente san Pablo es un gran ejemplo en este sentido, lo vemos constantemente perseguido, muchas veces despreciado, alguna vez en conflicto con otros, pero siempre va a adelante en el cumplimiento de su misión, siempre busca anunciar a Jesucristo. Hoy vemos como en momentos trabaja con sus propias manos para sustentarse y poder seguir adelante en la predicación de la Buena Nueva de salvación, esto es lo principal, lo más importante para él, lo que de verdad cuenta, no busca el lucro, no busca la fama, no se busca ni siquiera a sí mismo, lo que le interesa es que Jesucristo sea conocido y amado.

Predica en Corinto, ciudad portuaria, un centro económico importante aunque con una vida moral licenciosa, el afán del dinero y el culto lujurioso a Afrodita marcan el movimiento del día. En medio de este ambiente árido es que Pablo presenta a Cristo y su mensaje de salvación, se ve apoyado por el testimonio de Priscila y Aquila un matrimonio cristiano que tendrá un rol importante en la vida de Pablo y de la Iglesia, podríamos decir que en ellos vemos la dimensión misionera de los matrimonios.

El empeño de estos primeros cristianos deben ser un aliento para nosotros en nuestro día a día, el Espíritu Santo nos va santificando con los esfuerzo de cada día, y nos hace testigos de la vida nueva en Cristo, los sufrimientos y las pruebas que puedan venir no se comparan con la alegría de haber hecho la voluntad de Dios, decía santa Teresa de Jesús que “a los que Dios mucho quiere lleva por camino de trabajos, y mientras más los ama, mayores”

El cristiano no pone su mirada tanto en el sufrimiento sino en el hecho de poder asemejarse cada vez más al Señor, ya que es consciente de que si hoy ha de enfrentar una ardua labor también sabe que un día habrá de reinar con el Señor, lo decía Jesús en el evangelio de hoy, al momento puede haber tristeza pero más tarde vendrá la alegría.

Los apóstoles en sus momento no comprendían las palabras del Señor, Él está hablando que los dejará que partirá, pero nunca dice que les abandonará, por el contexto sabemos que Jesús se está refiriendo a su Pasión y Muerte, pues estamos en el discurso de despedida de la Última Cena, sin embargo la Iglesia también nos repropone este texto hoy que nos preparamos para la solemnidad del Señor. Jesús sube al cielo no para olvidarse de nosotros, sino para interceder por nosotros. Él va a prepararnos una habitación en la casa del Padre, se prepara el verdadero banquete celestial, la promesa de Cristo para nosotros es un aliciente a perseverar en la vida de fe.

Lo hemos escuchado tantas veces, el anhelo del cielo, de gozar plenamente de la presencia del Señor, de estar junto a Él en esa comunión perfecta, ahí donde le contemplaremos cara a cara, no menoscaba nuestro empeño en la vida espiritual, al contrario, nos hace más conscientes de la importancia de vivir íntegramente nuestro compromiso bautismal, nos motiva a ser mejores cristianos y verdaderos discípulos-misioneros, de tal modo que al igual que para Pablo a nosotros no nos interesa ya otra cosa sino que Cristo sea amado, conocido y servido, se trata de una vida de aquel que busca constante la gloria y honra de Dios.

Escribía ya san Francisco de Sales a una de sus hijas espirituales que pasaba por una enfermedad:

“Me complace el que soportéis con resignación las fiebres tercianas. Tengo para mí que si tuviéramos el olfato un poco afinado, percibiríamos las aflicciones como perfumadas de mil buenos olores; pues aunque de sí mismas sean de olor desagradable, no obstante, por salir de la mano, o más bien, del seno y del corazón del Esposo, que en sí mismo es todo bálsamo y perfume, nos llegan de igual modo llenas de toda suavidad.

Mostrad, hija mía, mostrad vuestro corazón alegre ante Dios; vayamos siempre con júbilo ante su presencia; El nos ama, nos quiere; este dulce Jesús es todo nuestro; seamos del todo suyos solamente, amémosle, querámosle, y que las tinieblas, que las tempestades nos rodeen, que nos lleguen al cuello las aguas de la amargura, mientras El nos tenga de su mano, nada hay que temer.”

Que el Señor nos conceda la gracia de tener un corazón firme en Él, que no importando los sufrimientos y el dolor, podamos siempre buscarle a Él, quererlo a Él, amarlo a Él, que toda nuestra vida sea un continuo volvernos a Él.

Img: Pintura que muestra san Pablo predicando en Efeso de Eustache Le Sueur